Hace casi diez años, la Universidad San Ignacio de Loyola fijó como una de sus prioridades establecer una educación por competencias. Un compromiso sumamente complejo que no solo significó un cambio nominal en el ejercicio de actividades reiterativas o tradicionales, sino toda una revolución cultural, dirigida hacia las acciones futuras que desarrollarían nuestros futuros profesionales desde su quehacer en la universidad.